En la
mitología griega,
Ate,
Atea o
Ateo (en
griego antiguo, Ἄτη: ‘ruina’, ‘insensatez’, ‘engaño’) era la diosa de la fatalidad, personificación de las acciones irreflexivas y sus consecuencias. Típicamente se hacía referencia a los errores cometidos tanto por mortales como por dioses, normalmente debido a su
hibris o exceso de orgullo, que los llevaban a la perdición o la muerte.