El
Reino de Navarra fue uno de los reinos medievales de
Europa situado en ambas vertientes de los
Pirineos occidentales, pero con la mayor parte de su territorio localizado al sur de la cordillera pirenaica, en el norte de la
península ibérica. Fue el sucesor del
Reino de Pamplona, fundado en torno a la capital navarra en
824, según establecen la mayoría de los historiadores. Tras unos primeros años de expansión y la posterior merma territorial a manos de
Castilla y
Aragón, el Reino de Navarra se estabilizó con dos territorios diferenciados: la
Alta Navarra, al sur de los Pirineos y en la que se encontraba la capital y la mayor parte de la población y los recursos, y la
Baja Navarra o Navarra Continental, al norte de la cordillera pirenaica. El fin de la independencia del reino se produjó cuando
Fernando el Católico y posteriormente su nieto flamenco
Carlos I de España realizó la
conquista militar entre los años
1512 y
1528 con distintas resistencias. Se realizaron varios intentos de recuperar la independencia en los años siguientes y finalmente
Carlos I de España se replegó de la
Baja Navarra por su difícil control. Por lo que esta porción siguió siendo independiente manteniendo la dinastía de
Foix, hasta que se asoció dinásticamente a la Corona francesa al subir su rey,
Enrique III, al trono galo. Así, los monarcas franceses se intitularon
«Reyes de Francia y de Navarra». La unión del reino de Navarra a Francia, puramente dinástica, se hizo conservando siempre sus propias instituciones (así, cuando
Luis XVI convocó los Estados Generales de Francia, Navarra no envió formalmente diputados a estos, sino al
rey en persona, de manera independiente y con su propio
Cuaderno de agravios). Sin embargo, su estatus diferenciado dentro de la Corona terminó en
1789, al ser abolido como reino. Por otra parte, la Navarra peninsular o
Alta Navarra se convirtió en uno más de los reinos y territorios de la
Corona de Castilla y finalmente de la
Monarquía Hispánica, estatus que conservó, gobernada por un
virrey, hasta
1841, fecha en la que pasó a ser considerada
«provincia foral» española mediante la posteriormente denominada
Ley Paccionada, tras la
Primera Guerra Carlista.