El fuero de Miranda de Ebro, concedido por el monarca
Alfonso VI en enero de
1099 (o por
Alfonso VIII en
1177), jugó un papel esencial en la historia de la localidad y sus habitantes durante buen número de siglos y generaciones. Conocedores de su privilegio, los mirandeses se rigieron por la normativa establecida en su Fuero, defendiendo una y otra vez que sus derechos y concesiones les fueran respetados y reafirmados por los poderes dominantes; de ahí las sucesivas confirmaciones con que distintos monarcas (
Sancho III,
Alfonso VIII,
Fernando IV) ratificaban el contenido y vigencia del documento original.