El
nacionalismo romántico, también llamado «nacionalismo orgánico» o «nacionalismo de la identidad», es una forma de
nacionalismo en la cual el
estado deriva su legitimidad política como consecuencia orgánica de la unidad de los individuos que éste gobierna. Esto incluye, dependiendo de la manera particular de la práctica, la lengua, la raza, la cultura, la religión y las costumbres de la «
nación» en su sentido primario de conjunto de personas «nacidas» dentro de la cultura. Esta forma de nacionalismo nació como reacción a la hegemonía dinástica o imperial, que proclamaba la legitimidad del estado «de arriba hacia abajo» que
el monarca recibía de Dios. Entre los temas clave del romanticismo, y su legado más duradero, las pretensiones culturales del nacionalismo romántico fueron también centrales en el arte pos
Ilustración y en la filosofía política. Desde sus inicios, con la concentración en el desarrollo de las lenguas y el folklore nacionales, y el valor espiritual de la costumbres y tradiciones locales, hasta los movimientos que habrán de reorganizar el mapa de
Europa, con las llamadas a la «
autodeterminación» de las naciones, el nacionalismo fue una cuestión clave del romanticismo, determinando su papel, sus formas de expresión y sus significados.